martes, 21 de febrero de 2017

LA LUZ DEL GRAN PODER





Era una mañana de noviembre, el sol lucía en todo lo alto resaltando la hermosura de una Sevilla que se preparaba para vivir uno de los días más hermosos de su reciente historia. Días atrás, la lluvia apareció, obligando al Señor de Sevilla a adelantar su salida hacia la Catedral. Se presenciaron estampas que nos transportaron a una Madrugá de silencio sobrecogido ante su poderosa zancada, Sevilla se rendía a su Gran Poder bendito. La muchedumbre se arrojaba a la calle en señal de oración, silenciosa, sin aspavientos, con absoluta fé y devoción, deteniendo el tiempo en sus rezos, absorta en su mirada hacia Cristo camino de la crucifixión. 

Aquella mañana de noviembre, deslumbrada por los rayos del sol, miles de devotos se concentraban a las puertas de la catedral, donde el Señor había presidido majestuoso el altar de jubileo, la Misericordia de Dios hecha hombre. Pasadas las 11 de la mañana de aquél 6 de noviembre,el paso del Señor de Sevilla asomaba por la Puerta de San Miguel ante una multitud expectante. El sol bañaba su rostro en la Avenida de la Constitución, y al llegar al Ayuntamiento, la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla, magistralmente dirigida por Francisco Javier Gutiérrez Juan, acompasaba con sus sones la revirá que pondría al nazareno mirando de frente a su pueblo, "Ione" y "Sevilla Cofradiera" se convirtieron en melodías de oración de un pueblo que, a plena luz del día, contemplaba el sufrimiento de aquél hombre que murió en la cruz para salvarnos.

Y así continuó su caminar por las calles del centro, estampas de hermosos contrastes en la Plaza del Cristo de Burgos, el canto angelical de los niños de la Escolanía María Auxiliadora, el momento histórico en el que los ojos y la dulzura de las Hermanas de la Cruz se posaron sobre el Señor de Sevilla con cánticos celestiales. Los sones de "La Madrugá", aquél himno que plasmó la noche más hermosa de la ciudad Abel Moreno, y las saetas en forma de plegaria que le cantaron recorriendo los últimos metros que le llevarían a la casa de Dios en medio de una atronadora ovación. Así terminaba el día en el que Sevilla vio, más brillante que nunca, la luz del Gran Poder.



                                                                           Ángel Trianero

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